martes, 6 de marzo de 2012

Fotos del barrio.

Aquí podría poner un texto hiperprofundo y poético, enlazando tópicos.
Va a ser que no.
Este es mi barrio, Aeroport, en Moscú, durante febrero.
Y se sale. Por lo menos a nivel estético cuando está nevado.
Hay que ir con cuidado para no resbalar sobre el hielo; para que no te caiga un bloque de hielo de un canalón (no hay que arrimarse a la pared de los edificios cuando caminas por la acera); al cruzar la calle tener en cuenta que aquí gran parte del personal conduce como simios y no respeta pasos de cebra (que resbalan) ni aunque los cruce un carrito de niño o una abuela con bastón, o ¡una multitud de peatones! Todos casos verídicos que he visto en menos de 2 semanas.

Pero ver nevar durante horas o días, con una nieve que nunca he visto en Mordor, casi polvo de cristal... O entrever un sol nórdico tras capas de extrañas brumas, mezcla de vapor urbano, contaminación y nubes bajas... O los cielos pesados y grises, aceitosos, como algodón sucio, que parece que puedes tocar con la mano...

La nieve en el suelo que aguanta meses y se va poniendo cada vez más fea y oscura, recogiendo los eructos de los coches. ¡Nieve negra! Nieve negra que acaba, al derretirse, en el nivel freático de Moscú, alimentando los acuíferos que surten esta ciudad-monstruo: veneno en el grifo, jarra depuradora siempre en casa, cantidades asesinas de cloro en las primeras semanas de deshielo. Nieve marrón que parece arena de playa. Nieve tan pisoteada y machacada que parece cartón pluma y cruje como el corcho de una botella de vino al ser pisado. Nieve que es el azúcar en polvo de esos bollos navideños, los nevaditos. Copos perfectos, como los de los dibujos animados, a veces de un centímetro de diámetro. Nieve que a muy baja temperatura es dificilísima de apretujar en forma de bola: a pesar de haber un metro de nieve en los parques o patios del colegio, te costará encontrar un muñeco de nieve. Nieve que al ser soplada, parece semillas de vilano llevadas por el viento.

Salir a calle 15 o 20 bajo cero. Los mocos y pelillos de dentro de la nariz crujen. Cuando hago esquí de fondo o corro por el parque, se me hacen bolitas de hielo en la barba, bigote y pestañas; parezco un yeti. Y aun así terminas empapando de sudor las capas superiores de ropa; aquí venden unas prendas térmica de curro increíbles, que se comen con patatas a la ropa pichi, carísima y "supertécnica". Por algo más de 12 euros tienes camisetas interiores que te durarán años, ceñidas pero flexibles, que evacuan el sudor, y con las que junto a una camisa de franela y un abrigo sencillo, puedes aguantar durante horas en la calle a menos de 15 bajo cero. No se pone un paleta a currar a 30 metros de suelo a bajo cero con doscientas capas de ropa que le estorban y le pueden joder la vida.

He salido a darme vueltas cuando el termómetro ha llegado a superar los -25º. Todo se pone como de vidrio. Hasta el vapor de los tubos de escape parece diamante pulverizado.

En fín, que prefiero este clima que el semidesértico de Mordor. Se me pone sonrisilla de lelo simplemente viendo cómo cae la nieve.

Desde mi postura de acomodado urbanícola, ojo.
A veces se nos mete en el portal a dormir un vagabundo alcohólico (se le huele desde el sexto piso a primera hora de la mañana). A él no le debe hacer mucha gracia este frío que lo puede matar cualquier noche.



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